jueves, 27 de agosto de 2015

Bayas rojas en los Pirineos


Desde sus orígenes, cuando aún no sabía criar a los animales ni cultivar las plantas, el hombre aprendió a alimentarse con todo lo que podía encontrar en la naturaleza, cazando las especies salvajes y recogiendo hierbas, semillas y frutos. 


Los frutos silvestres y entre ellos las bayas, fueron apreciados desde la Prehistoria, como atestiguan los restos encontrados en los yacimientos excavados de los primeros asentamientos humanos. 

Hoy en día, casi todas las personas son apenas capaces de reconocer sin duda las moras de las zarzas que resultan muy sabrosas aunque sea difícil recogerlas sin pincharse… también las fresas silvestres que resaltan entre la hierba por su vistoso color rojo, quizás las frambuesas cuyos macizos abundan en ciertos lugares y sólo posiblemente las deliciosas grosellas o arándanos… pero raramente otras bayas silvestres. 

Así, muchos otros frutos y bayas que crecen espontáneamente quedan ignorados porque muy pocas personas los conocen, los reconocen, o saben si son comestibles o no. De hecho, la mayor parte de la bayas, aunque carnosas y ricas en pulpa, son también pequeñas e insípidas, ácidas o incluso amargas y venenosas.

La fresa silvestre, una baya frecuente, comestible y  deliciosa que puede encontrarse al borde de los caminos de montaña. 


La Sanjueña, también llamada madreselva de bosque, se diferencia de otras madreselvas por su porte erecto debido a su carácter leñoso. Sus bayas son venenosas.

Algunas otras son en cambio verdaderamente deliciosas y a estas últimas se las conoce como “frutos del bosque” y añaden un interés especial, propio de mediados a finales del verano, a un paseo por uno de los innumerables valles pirenaicos.


Quien no ha oído hablar de las grosellas, o las ha comido en mermeladas, postres o pastelería..., en las fotos anteriores, este es el apetitoso aspecto que presenta un macizo de grosellas en plena madurez.

Muchos frutos venenosos son atractivos, vistosos y con frecuencia de color brillante, aunque son raros aquellos que resultan realmente tóxicos. No cabe duda de que cuando no se tiene la seguridad de que un fruto o una baya pueden comerse, es preferible no recogerlo. Desde luego, quienes viven en las ciudades tienen pocas ocasiones para conocerlos y sobre todo los niños, pueden verse tentados por una baya llamativa… así que, ¡cuidado!!

Muchos frutos venenosos son comidos impunemente por las aves, por lo que no nos debemos dejar llevar a engaño si observamos que han sido comidos por ellas. Algunos de ellos constituyen un alimento principal y especialmente en la época previa a la exigente migración, por lo que debemos respetarlos. Un bosque rico en bayas estará muy concurrido por las aves y por consiguiente será un bosque lleno de vida.




El Mezereón, o matacabras, a la izquierda, es un arbusto de bayas tóxicas, aunque de uso medicinal, sobre todo tópico.





DIFERENCIACIÓN DE ESPECIES

A la hora de distinguir las bayas rojas en el bosque, en lo primero que debemos fijarnos es en el porte de la planta que las sustenta. Si se trata de un árbol y este es una conífera, sin duda se trata de un tejo. Si no fuera una conífera, podríamos encontrarnos con las brillantes bolitas del acebo, inconfundible con sus hojas pinchudas o con los racimos de las del serbal, si se trata de un árbol caducifolio. 

En la foto derecha, tejo de buen porte cargado de frutos. Su pulpa es comestible y melosa, pero algo insípida, mientras el resto de la planta es tóxico. 


Otras posibles bayas rojas crecen en pequeñas hierbas, plantas trepadoras o arbustos rastreros, entre los que nos será fácil distinguir entre las primeras, las fresas que crecen al borde de los caminos, entre las segundas la madreselva, que como en la foto más abajo crece sosteniéndose sobre una zarza o entre las terceras, la uva de oso o gayuba, que tapiza grandes superficies en la montaña. 





En la foto izquierda, la tapizante gayuba rastrera.


Más difícil resulta distinguir la gran variedad de arbustos de porte grande o mediano con bayas rojas. En este caso habrá que fijarse en la disposición de los frutos que pueden estar solitarios, agrupados o en racimos y en la forma de las hojas de la planta. Descartando aquellas especies que no pueden corresponder a la planta observada, podremos llegar a determinar la especie de aquella que observamos o al menos el género al que pertenece. 


El saúco rojo, cuyos frutos no se comen, pero no son tóxicos. Conforma un arbolillo muy vistoso.

En el breve paseo que presentamos en esta entrada y que realizamos por un valle de la Vall d'Arán en un mes de agosto, pudimos observar más de diez especies de plantas con preciosas bayas rojas, a las que podríamos haberle sumado algunas más si no nos hubiéramos entretenido comiendo frambuesas y grosellas, una debilidad…

Además de las bayas fotografiadas: Daphne mezereón, Fresa, Gayuba, Grosella, Madreselva, Sanjueña, Saúco rojo, Tejo, y Zarzamora, pudimos también ver Frambuesas, Acebos y Serbales, además de otras bayas negras: Arándanos, Hiedra y Saúco.


Moras de zarza, entre las que se ha encaramado una madreselva.

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