martes, 9 de agosto de 2016

Tejos milenarios


Enormes, milenarios, inmutables, protegidos por madera dura y hojas venenosas… los tejos de Tejedelo son árboles asombrosos, tan antiguos y evocadores como una iglesia románica, siempre verdes y dando cada año su fructificación de arilos rojos, incansables en su tarea de capturar carbono y soltar oxígeno.

Requejo en Zamora, Tosande en Palencia, Casaio en Orense, Allande en Asturias, Cerezal en Cáceres o Cazorla en Jaén, son algunos de los lugares que participan de la conservación de los últimos tejos gigantes de España.

Algunos rincones de Sanabria comparten con Requejo el privilegio de este patrimonio forestal: Vaguada de Teijos, Trastos viejos, La Furnia de Vega del Castillo; en otros lugares sólo quedan los topónimos de antiguas tejedas desaparecidas.




En el bosque de Tejedelo hay cerca de cien tejos con más de mil años de edad. Los más grandes tienen un perímetro de ocho metros y alcanzan una altura de trece metros.

Los venerados tejos han sido árboles muy importantes para las culturas europeas desde hace muchas generaciones. Símbolos de la vida y de la muerte, y de la eternidad, se los plantaba en iglesias, plazas y cementerios… También testigos de las promesas de amores eternos, de la validez de importantes tratados, y al final, de la insignificancia y vulnerabilidad de los hombres… constituían bosques sagrados, morada de dioses y solar de bisontes.

Cada arruga de su corteza ha sido testigo mudo, coetáneo de batallas, de historias y de recuerdos de la cultura del bosque, y del paso de guerreros, peregrinos y pastores.

Y el tejo es una madre de todos los seres que pueblan sus recónditos y oscuros bosques, que ayuda a crear un ambiente húmedo que mitiga, más fresco, el intenso calor del verano y tempera, más cálido, el riguroso frío del invierno. Bajo sus ramas siempre hay dos o tres grados de menos, o de más, que en el entorno.

Con su ramaje acogedor, alberga a los corzos y a los jabalíes y los protege de las nevadas. En los huecos de sus troncos nacen y se cobijan las martas y los cárabos, y cuando los bosques pierden sus hojas, quedan las suyas, y los azúcares de sus frutos permiten a los pajarillos afrontar las migraciones.

En su profunda y húmeda sombra florecen las más singulares plantas de montaña y es patria de los lentos musgos, y los líquenes que crecen pegados a sus troncos y a las piedras.


Ignacio Abella, tocayo por cierto, es una eminencia en el conocimiento de los bosques, un especialista en el tejo: “Cuando se agrede a los tejos, perdemos en décadas un legado de siglos”... afirma, y es una inspiración desde que leí sus primeros libros en "Integral". 

Quien quiera saber más sobre el tejo debe leer su blog, sus artículos y sus libros, en particular: “La Cultura del Tejo, esplendor y decadencia de un patrimonio vital” (Ed. Castilla tradicional – 2009).

Para visitar el bosque de Tejedelo, solamente hay que parar en la localidad de Requejo (Za), situada junto a la denominada "autovía de las rías bajas"    A-52..., en el km 91, poco antes de "subir al Padornelo"
Tomaremos la pequeña carretera que conduce a la estación del tren, el de toda la vida, hasta que al cabo de un solo km crucemos el río Requejo. Pasado el puente y a mano derecha, parte una pista de tierra que debemos seguir unos tres km.
Siguiendo esta bonita pista, entre abedules y a lo largo del río Requejo (ahora entre el rumor del agua y el opuesto fragor de las obras del AVE en la ladera contraria), alcanzaremos un aparcamiento de donde se debe emprender un paseo de poco más de una hora, hasta alcanzar el bosque, subiendo la vaguada del arroyo de Tejedelo... 
La visita durará tanto como nuestro poder de fascinación nos impida separarnos de tan mágico lugar. 

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