jueves, 8 de diciembre de 2016

Las Cabreras de San Juan


La ruta por las Cabreras de San Juan no solo es una preciosa excursión de montaña… sino que recorre un auténtico paraíso natural. Un paisaje agreste que sin duda alberga la naturaleza más valiosa de toda la Comunidad de Madrid.


Me propuso mi amigo Carlos hacer una excursión por la sierra, lo cual siempre es un compromiso… y es que mantener una imagen de conocedor del campo y la naturaleza implica sorprender con algo poco común. 
A la vez, el paseo tenía que estar adaptado a la capacidad de todo un grupo y contar con atractivos especiales que me permitieran contar algo interesante acerca de la geología, la fauna o la botánica... 

Descartado el popular Guadarrama, miré hacia el Oeste… y rebasada la Almenara a la que ya habíamos subido, pensé en las Cabreras de San Juan. No es que me guste compartir mis secretos, pero Carlos es un buen amigo… así que, al otro día, para allá que nos fuimos. 


COMO LLEGAR: Para subir a la Cabrera Alta, se debe seguir la carretera N-501 hasta el km 48, en donde hay una entrada a unas pistas de tierra. Siguiendo cualquiera de ellas, al cabo de unos siete u ocho kilómetros se llega hasta el aparcamiento del río Cofio. La pista tiene al final un tramo con baches, pero se pasa sin problemas. 

Pero vayamos despacio, porque aunque la Cabrera Alta solo alcanza una altitud de poco más de mil metros, 1.039 según el Iberpix, o algo más de 400 metros de desnivel, la excursión no es breve y en algunos tramos es empinada y exigente. El aparcamiento junto al río Cofio indica que este lugar es bien conocido. Cierto, pero solamente hasta la barrera que impide a los coches cruzar el más o menos caudaloso río, según la época. Más adelante solo algunos senderistas continúan por la amplia pista que me propongo seguir, y una mayoría se limita a pasear o a pescar junto al pequeño azud próximo, de aguas cristalinas y espejadas, en donde tiene su querencia la misteriosa nutria. 

En este punto yo recomiendo seguir la pista y no aventurarse a trepar, ladera arriba en busca de la Cabrera Baja, por dos razones: 
En primer lugar, esta montaña está compuesta de grandes bloques de granito y se hace difícil encontrar el paso, el cual a veces es incluso medio imposible. Además, entre las rocas la vegetación de jaras y otros arbustos dificulta mucho el avance. 
En segundo lugar, si alcanzamos esta primera cumbre, luego habremos de seguir una larga y penosa cresta, bajando y subiendo, y descender bastante altura hasta un collado para desde ahí volver a subir hasta la Cabrera Alta. 


Por otro lado, siguiendo el camino podemos observar la singular morfología geológica del yelmo de San Juan..., un lanchar granítico similar al de La Pedriza de Manzanares y emparentado con el famoso Pan de Azúcar de Brasil que se encuentra frente a nosotros, al otro lado del brazo del embalse al que rinde sus aguas el Cofio… 
y si lo que nos interesa es la fauna, miremos frecuentemente al cielo, porque además de abundantes buitres leonados y negros,    es muy probable que en algún momento nos sobrevuele cualquier especie de águila, incluyendo a la real o a la imperial,     o quizás la cigüeña negra, especies todas ellas que enriquecen la zona. 



La pista, muy llevadera, invita a una charla animada, lo cual nos impedirá sorprender a las especies de herbívoros que abundan en estos montes: muflones, corzos o jabalíes. Vamos ganando altura y al pie, el río se encajona entre paredes de roca y entre laderas cubiertas de encinas, de enebros y, mucho más abundantes, de pinos piñoneros.

Al cabo de unos cinco kilómetros, quizás algo más, a mano derecha sale de la pista un camino que se dirige hasta un refugio de ganaderos y unas tenadas construidas al pie del macizo rocoso de las Cabreras. Hasta aquí solo hemos ascendido, suavemente, unos 150 metros. 

Si continuamos en la misma dirección, de frente se abre claramente ante nosotros la vaguada de un arroyo que viene cayendo desde el collado que separa las dos cumbres. En este tramo no hay camino, pero dado que el desnivel es solamente de otros 60 metros, el progreso no es difícil. Nos acompaña una algarabía de cantos de las aves que encaramados a los pinos, apenas podremos distinguir si nos paramos a descansar un rato; las más abundantes, el carbonero garrapinos, el trepador azul, el herrerillo, el agateador, el pinzón… o también el tamborileo del picapinos, el canto del cuco y de la abubilla o el arrullo de las torcaces.

Alcanzado el collado, ya podemos dar vista a la cara norte; un mar de pinos aparasolados en oposición al mar de agua que nos acompañaba en la cara sur… :           la “costa de Madrid”, con sus calas y veleros en lejana semejanza a los paisajes de la Costa Brava. 

Desde aquí, alcanzar la Cabrera Alta supone otro tanto de desnivel, pero esta vez monte a través, entre lanchas y berruecos por donde habremos de intuir el camino, en fuerte pendiente y arañándonos con una maraña vegetal de enebros, jaras, madroños, cornicabras, aladiernos, torviscos, labiérnagos, arces de Montpellier… 
Si es buena época, es fácil que nos sorprenda el vuelo vaporoso de la bella Nemóptera o “duende”.


La zona más alta es un gran acumulo de rocas entre cuyo laberinto es probable que no encontremos la cumbre a la primera. Con un mínimo de prudencia, los tramos rocosos no revisten peligros de importancia y habremos de ir buscando el camino con sentido común. La cima se identifica por un cubo de obra a cuyo pie el sitio es inmejorable para comer, mientras un trasiego de buitres nos sobrevuela procedente o en dirección a la colonia que nos queda al pie, en las paredes de la Cabreruela. 






Mientras reponemos fuerzas, en la distancia podemos disfrutar contemplando, aguas arriba, el valle del Alberche. Al fondo El Tiemblo y las aguas del Burguillo. En la otra dirección, el valle del Cofio. Al fondo el monte Agudillo y Valdemaqueda. 



Para el descenso, podemos elegir entre varias alternativas. Una de ellas es desde luego desandar el camino de subida. Siguiendo hacia el Oeste, podemos igualmente bajar de nuevo a la pista por la que comenzamos la excursión y regresar por ella hasta el inicio en un largo paseo. En este caso optamos por bajar, siguiendo igualmente hacia poniente, hasta alcanzar el pie del macizo rocoso en su cara norte. 



Esta opción es mucho más corta ya que, aunque en un primer momento carece de camino y desciende fuertemente un desnivel de cerca de 300 metros, no tiene gran dificultad y pronto alcanzaremos un suave camino por el que llegamos al inicio en un placentero paseo próximo a la orilla del Cofio. En la vertiginosa bajada debemos valernos de los senderos abiertos por los animales y aprovechar la vegetación para asir nuestras manos. 




La luz de la tarde se filtra entre los pinos y acrecienta los contrastes. 

De camino, el ojo atento ha podido descubrir quizás un simple vivar de conejo, pero tal vez también la madriguera de un tejón, unas piñas roídas por las ardillas o la letrina de una gineta…
y si empieza a oscurecer, a lo lejos nos acompañarán el canto evocador de los cárabos o el más escalofriante del búho real. 

Al final, nuestro camino alcanza de nuevo el pequeño azud que mencionábamos al inicio y en el que si aún tenemos tiempo de pararnos a descansar, podemos de nuevo escuchar y observar una variada fauna… quizás la anhelada nutria.

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